6 de mayo de 2012

EL GOBIERNO ESPAÑOL PROTEGE TRADICIONES CRUELES.-











En los primeros años del siglo pasado un filántropo americano, gran amante de la cultura española y fundador de la Hispanic  Society of America de Nueva York, encargó un impresionante reportaje de fotos, recientemente publicado con el título de “Atesorar España.”

El Sr. Archer M. Huntington documentó, a través de varios corresponsales que recorrieron buena parte del territorio español los oficios, las tareas del campo, los trabajos domésticos, la vivienda y las fiestas populares, reflejando la tradición “más castiza española” en uno de los últimos documentales de la fotógrafa Ruth Anderson, realizado entre 1923 y 1930.

Llama la atención una instantánea que expresa cómo y cuánto los españoles nos aferramos a nuestras costumbres. En una localidad se exhibe un cartel publicitario de la fábrica de automóviles Fiat, y justamente al lado entran por la calle dos personas a lomos de mulos. Podríamos elegir esta fotografía como símbolo y síntoma del largo proceso de cambio en las formas de vida de la sociedad española.

Al contemplar estas imágenes de  pueblos y personas de la España rural de los primeros años del siglo XX, no puede uno por menos que sentir nostalgia de un tiempo que pasó y del que se ha oído hablar en la niñez,  mezclado al mismo tiempo con un cierto resabio de impotencia si pensamos en la lentitud con que evolucionan las costumbres en nuestro país.

En esta exposición, actualmente itinerante, hay algo que nos hace reflexionar porque choca cómo después de casi una centuria hay costumbres que no desaparecen, especialmente las que afectan a la utilización de animales.

Muy poco hemos evolucionado en el trato que damos a los animales en España, especialmente porque los seguimos utilizando para nuestro disfrute y entretenimiento y para nuestras fiestas, incluso en las de tipo religioso. El empleo de animales perdura, entre otros, en romerías, en el uso de coches de caballos en  medio de la vorágine del tráfico urbano, en las fiestas populares en la calle y en los sangrientos y crueles espectáculos taurinos.


Si ya nos parecería increíble tirar del arado con mulos, empujar a mano la piedra de un molino de viento, lavar la ropa arrodilladas en un arroyo, ganarse la vida amamantando niños como ama de cría; poner a los niños a trabajar descalzos en el campo o como lecheros, zapateros o afiladores; transportar el agua en la cabeza a grandes distancias- como se puede apreciar en estas fotografías- ¿Cómo es posible que no nos escandalicemos cuando mantenemos costumbres tan crueles con los animales arrastrándolos con cuerdas por las calles, obligándolos a correr con bolas de fuego en su cabeza, en medio del tumulto vociferante; cuando nos ensañamos con ellos hasta la más horrible de las muertes en corridas de toros, torturándolos con instrumentos medievales, o cuando reventamos de cansancio y de inanición a cientos de caballos anualmente en nuestras romerías?


Inevitablemente surge la pregunta: Tradición ¿Sí o no? Tradición para unas cosas sí y para otras cosas, no ¿Qué tiene que formar parte de la Cultura y qué no? ¿Pueden ser las tradiciones crueles con  animales dignas de seguir formando parte del acervo cultural  de un pueblo? ¿Nos quedaremos anclados en el pasado organizando fiestas donde se maltratan animales por pura diversión, bajo la justificación de una celebración religiosa?

  
A lo largo del siglo pasado hemos sido capaces de cambiar las mentalidades, especialmente el concepto de derechos humanos, incidiendo en los derechos de la mujer y de los menores; momentos de cambio y renovación han llegado incluso hasta las puertas de la Iglesia.

Se equivoca el Gobierno español cuando apoya y pretende blindar un concepto torticero de cultura; cuando intenta proteger con figuras legales del Derecho como “Bien de Interés Cultural” espectáculos abusivos con animales,  calificándolos manipuladoramente con términos eufemísticos como “hecho cultural”, “marca España” o “seña de identidad” de los españoles.

Los españoles no nos merecemos una clase política que a estas alturas de siglo y formando parte de un contexto europeo, insiste en hundirnos en el embrutecimiento, en el envilecimiento, intentando perpetuar entre nosotros este tipo de costumbres.

No es de recibo este inmovilismo y nula evolución en el trato que damos a los animales. ¿Para cuándo la renovación y el cambio en nuestras fiestas populares?

Si este abuso sigue formando parte de nuestras costumbres,  es porque se necesitan personas lo suficientemente honestas y valientes que sepan tomar verdaderas medidas políticas, pues ha llegado la hora de sacudirnos esta pobreza moral que ya desapareció materialmente de tantas actividades de nuestro entorno.