7 de agosto de 2011

La Vanguardia, 22 de Julio 2011, Ángeles Caso


Sin duda alguna, Washoe fue un ser muy especial: el primer animal no humano capaz de aprender a comunicarse con los humanos mediante el lenguaje de signos que utilizan las personas sordas en Estados Unidos. Washoe, que murió en el 2007, era una hembra de chimpancé objeto de un largo y extraordinario experimento en el Instituto para la Comunicación entre Chimpancés y Humanos de la Universidad de Washington. Los dos codirectores de ese centro, los primatólogos Roger y Deborah Fouts –cuidadores deWashoe durante décadas– estuvieron hace tan sólo unas semanas en Barcelona hablando de esos hermanos nuestros tan cercanos, con los que compartimos el 98,4% del ADN.

Los primatólogos suelen contar cosas asombrosas sobre los grandes simios. Los Fouts hacen honor a ese principio y recuerdan con tanto rigor científico como nostalgia sus años junto a Washoe. Ningún animal puede llegar a utilizar un lenguaje hablado semejante al nuestro, pues carecen de nuestro complejo sistema fonador. Pero la chimpancé y sus descendientes han sido capaces de aprender centenares de palabras y utilizarlas con sus manos. Así logran no sólo nombrar las cosas o pedirlas, sino incluso comunicar conceptos y sentimientos. Uno de los recuerdos más emocionantes que cuentan los Fouts es lo que sucedió cuando una científica del instituto sufrió un aborto. Washoe quiso saber qué le había ocurrido, y al explicarle su amiga que había perdido a su bebé, la chimpancé hizo con sus manos el signo de llorar y la abrazó largamente.

Esa historia, tan pequeña y a la vez tan enorme, me hace pensar en el comportamiento de algunos de los perros que conozco. He visto a Deva aullando cuando mi hija lloraba y tratando de lamerle las lágrimas. A mis mastines Beethoven y Tosca formando una muralla que me impedía despeñarme en el abismo cuando subíamos juntos al monte. Y a Laia, la antipática chihuahua de mi prima Isabel
–que mordía a todo el que se le acercase–, echarse durante horas en la cama junto a nuestra tía Nieves, enferma de gravedad, lamiéndole las manos y apretándose contra su cuerpo. Magníficos seres capaces de compasión, ese don que solemos considerar tan exclusivo de nuestra especie y que, sin embargo, tantos ­humanos desconocen y tantos animales muestran.

Leo en la prensa las declaraciones de los Fouts y veo en internet algunos vídeos sobre la maravillosa Washoe. Ha entrado de pleno el verano, y en nuestro país están a punto de celebrarse todas esas atrocidades que tienen por víctimas a decenas de miles de animales no humanos supuestamente irracionales e incapaces de sentir, y por verdugos, a millones de animales humanos, supuestamente racionales, inteligentes, sensibles y compasivos. Las fiestas patronales de buena parte de España. Las corridas de toros, los encierros, los bous embolats o capllaçats, el toro de Coria y el de Tordesillas, y también los burros, los cerdos, los patos, las cabras, los gallos o los pavos, toda una multitud de seres vivos torturados y ejecutados mientras el gentío ríe y aplaude. Sin la menor compasión. Y no puedo evitar recordar estas palabras de la gran primatóloga Jane Goodall, que ha vivido durante décadas con los chimpancés en las selvas de África: “No existe una línea divisoria que nos separe del resto del reino animal”.