En los primeros años del siglo
pasado un filántropo americano, gran amante de la cultura española y fundador
de la Hispanic Society of America de Nueva
York, encargó un impresionante reportaje de fotos, recientemente publicado con
el título de “Atesorar España.”
El Sr. Archer M. Huntington
documentó, a través de varios corresponsales que recorrieron buena parte del
territorio español los oficios, las tareas del campo, los trabajos domésticos,
la vivienda y las fiestas populares, reflejando la tradición “más castiza
española” en uno de los últimos documentales de la fotógrafa Ruth Anderson,
realizado entre 1923 y 1930.
Llama la atención una instantánea
que expresa cómo y cuánto los españoles nos aferramos a nuestras costumbres. En
una localidad se exhibe un cartel publicitario de la fábrica de automóviles Fiat,
y justamente al lado entran por la calle dos personas a lomos de mulos.
Podríamos elegir esta fotografía como símbolo y síntoma del largo proceso de
cambio en las formas de vida de la sociedad española.
Al contemplar estas imágenes de pueblos y personas de la España rural de los
primeros años del siglo XX, no puede uno por menos que sentir nostalgia de un
tiempo que pasó y del que se ha oído hablar en la niñez, mezclado al mismo tiempo con un cierto resabio
de impotencia si pensamos en la lentitud con que evolucionan las costumbres en
nuestro país.
En esta exposición, actualmente itinerante,
hay algo que nos hace reflexionar porque choca cómo después de casi una
centuria hay costumbres que no desaparecen, especialmente las que afectan a la
utilización de animales.
Muy poco hemos evolucionado en el
trato que damos a los animales en España, especialmente porque los seguimos
utilizando para nuestro disfrute y entretenimiento y para nuestras fiestas,
incluso en las de tipo religioso. El empleo de animales perdura, entre otros,
en romerías, en el uso de coches de caballos en medio de la vorágine del tráfico urbano, en
las fiestas populares en la calle y en los sangrientos y crueles espectáculos
taurinos.
Si ya nos parecería increíble
tirar del arado con mulos, empujar a mano la piedra de un molino de viento,
lavar la ropa arrodilladas en un arroyo, ganarse la vida amamantando niños como
ama de cría; poner a los niños a trabajar descalzos en el campo o como
lecheros, zapateros o afiladores; transportar el agua en la cabeza a grandes
distancias- como se puede apreciar en estas fotografías- ¿Cómo es posible que
no nos escandalicemos cuando mantenemos costumbres tan crueles con los animales
arrastrándolos con cuerdas por las calles, obligándolos a correr con bolas de
fuego en su cabeza, en medio del tumulto vociferante; cuando nos ensañamos con
ellos hasta la más horrible de las muertes en corridas de toros, torturándolos
con instrumentos medievales, o cuando reventamos de cansancio y de inanición a
cientos de caballos anualmente en nuestras romerías?
Inevitablemente surge la
pregunta: Tradición ¿Sí o no? Tradición para unas cosas sí y para otras cosas,
no ¿Qué tiene que formar parte de la
Cultura y qué no? ¿Pueden ser las tradiciones crueles con animales dignas de seguir formando parte del
acervo cultural de un pueblo? ¿Nos
quedaremos anclados en el pasado organizando fiestas donde se maltratan
animales por pura diversión, bajo la justificación de una celebración
religiosa?
A lo largo del siglo pasado hemos
sido capaces de cambiar las mentalidades, especialmente el concepto de derechos
humanos, incidiendo en los derechos de la mujer y de los menores; momentos de
cambio y renovación han llegado incluso hasta las puertas de la Iglesia.
Se equivoca el Gobierno español
cuando apoya y pretende blindar un concepto torticero de cultura; cuando
intenta proteger con figuras legales del Derecho como “Bien de Interés Cultural”
espectáculos abusivos con animales, calificándolos
manipuladoramente con términos eufemísticos como “hecho cultural”, “marca
España” o “seña de identidad” de los españoles.
Los españoles no nos merecemos
una clase política que a estas alturas de siglo y formando parte de un contexto
europeo, insiste en hundirnos en el embrutecimiento, en el envilecimiento,
intentando perpetuar entre nosotros este tipo de costumbres.
No es de recibo este inmovilismo
y nula evolución en el trato que damos a los animales. ¿Para cuándo la
renovación y el cambio en nuestras fiestas populares?
Si este abuso sigue formando
parte de nuestras costumbres, es porque se
necesitan personas lo suficientemente honestas y valientes que sepan tomar verdaderas
medidas políticas, pues ha llegado la hora de sacudirnos esta pobreza moral que
ya desapareció materialmente de tantas actividades de nuestro entorno.
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